Ransomware en la industria alimentaria

De Eduard Bardají

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El ransomware se ha consolidado en los últimos años como una de las amenazas más graves para las infraestructuras informáticas a nivel mundial. En este contexto, la industria alimentaria ha demostrado ser particularmente vulnerable. Tradicionalmente centrada en la eficiencia operativa y la logística, muchas empresas del sector han relegado la ciberseguridad a un segundo plano. Sin embargo, el aumento exponencial de ataques ha obligado a un replanteamiento urgente de las estrategias de defensa digital. El ataque sufrido por JBS Foods en 2021 no solo fue uno de los más mediáticos, sino también un caso paradigmático que reveló vulnerabilidades estructurales en una de las mayores empresas cárnicas del mundo.

La evolución del ransomware en la industria alimentaria en los últimos siete años

Durante el periodo 2018-2023, el ransomware se consolidó como un problema sistémico para la industria alimentaria. Un análisis de 157 incidentes verificados indica que las organizaciones del sector han sufrido pérdidas acumuladas que superan los 1.300 millones de dólares en tiempo de inactividad, rescates pagados y costos de recuperación.

El año 2021 fue particularmente crítico, con un repunte sin precedentes. Se registraron 64 ataques confirmados solo ese año. Esta cifra representó casi un 40% del total acumulado del quinquenio. Los ciberdelincuentes, aprovechando el aumento de la automatización industrial, las cadenas de suministro hiperconectadas y una pandemia global que forzó una digitalización acelerada, encontraron en el sector alimentario un objetivo altamente rentable.

Las demandas de rescate oscilaron entre los 20.000 y los 15 millones de dólares por incidente. Además del cifrado de datos, muchas bandas de ciberdelincuentes adoptaron tácticas de doble extorsión, amenazando con filtrar información sensible si no se cumplían sus exigencias. Las organizaciones atacadas enfrentaron un promedio de 11,5 días de inactividad operativa, lo que generó desabastecimiento, daño reputacional y pérdidas financieras directas.

Los principales vectores de entrada incluyeron vulnerabilidades críticas no parcheadas, ataques de phishing dirigidos, accesos remotos inseguros (por ejemplo, mediante RDP), y la explotación de sistemas SCADA y OT interconectados a redes corporativas sin una adecuada segmentación.

Nueva llamada a la acción

El ataque a JBS: análisis

JBS S.A., con sede en Brasil, es el mayor procesador de carnes del mundo, con operaciones en más de 20 países y ventas anuales que superan los 50.000 millones de dólares. En mayo de 2021, la empresa sufrió un ataque devastador que paralizó su operación en Estados Unidos, Canadá y Australia. El grupo criminal REvil, conocido por su agresividad y sofisticación, fue identificado como responsable del incidente.

El ataque no fue espontáneo. De acuerdo con información obtenida de SecurityScorecard y registros del Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU., la intrusión comenzó al menos tres meses antes del cifrado masivo. Durante ese tiempo, los atacantes realizaron movimientos laterales, reconocimiento de red y exfiltración sistemática de datos. Se estima que entre 45 GB y 5 TB de información sensible fueron transferidos a servidores externos. Muchos de estos datos procedían de filiales en Australia y Brasil y fueron enviados a servidores en Hong Kong y servicios como Mega.

El 30 de mayo, los sistemas IT de JBS fueron encriptados, obligando a la empresa a cerrar temporalmente 13 plantas procesadoras en EE. UU., incluyendo las de Texas, Utah y Wisconsin. Esta interrupción afectó aproximadamente al 20% del suministro de carne en ese país, generando un impacto inmediato en precios y logística minorista.

Lo que no se divulgó ampliamente en medios generales fue el estado de ciberseguridad previo al ataque. Según documentos filtrados, JBS presentaba una postura digital deficiente. Existían múltiples infecciones por malware persistente, incluyendo variantes del gusano Conficker. Los sistemas de detección temprana eran limitados o inexistentes, y las prácticas de gestión de vulnerabilidades eran rudimentarias. La empresa, a pesar de operar como infraestructura crítica, no contaba con segmentación efectiva entre entornos IT y OT, lo que facilitó la propagación del ataque.

El desenlace fue la decisión de pagar un rescate de 11 millones de dólares en Bitcoin, justificando que era "para proteger a los clientes" y mitigar daños mayores. Esta acción fue criticada por varios especialistas en ciberseguridad, ya que refuerza el modelo económico del ransomware como servicio.

Análisis técnico del vector de ataque

Las investigaciones posteriores revelaron que REvil utilizó una combinación de técnicas avanzadas. La intrusión inicial probablemente ocurrió a través de credenciales comprometidas, posiblemente obtenidas por phishing o mediante acceso a VPNs vulnerables. Posteriormente, los atacantes escalaron privilegios utilizando herramientas como Cobalt Strike, realizaron reconocimiento mediante PowerShell, y utilizaron exfiltración encubierta con protocolos HTTPS y almacenamiento en la nube cifrado.

El uso de tácticas de doble extorsión y cifrado personalizado impidió una recuperación inmediata sin negociación. JBS, sin planes de continuidad de negocio digital efectivos, se vio obligada a negociar directamente con los atacantes.

Medidas de ciberseguridad de última generación para el sector alimentario

Tras incidentes como el de JBS, el sector ha comenzado a tomar medidas más serias para reforzar sus defensas. Estas incluyen acciones tanto a nivel organizacional como técnico:

Segmentación de red y protección de entornos OT

Uno de los principios básicos que están adoptando muchas empresas es la segmentación estricta entre redes de IT (información corporativa) y OT (tecnología operativa). Esto implica la creación de zonas desmilitarizadas (DMZ), el uso de firewalls industriales y la aplicación de reglas de comunicación muy restrictivas. La filosofía Zero Trust se está implementando para que ninguna comunicación sea confiable por defecto, ni siquiera dentro de la red interna.

Visibilidad e inventario de activos

La detección de amenazas requiere conocer qué dispositivos y servicios están conectados. Muchas empresas están invirtiendo en soluciones de Asset Discovery para registrar y monitorear sus entornos OT e IT. Esto incluye no solo servidores y estaciones de trabajo, sino también sensores, PLCs y dispositivos IoT.

Gestión de vulnerabilidades y parches

Un cambio significativo ha sido la adopción de programas de gestión de vulnerabilidades continuos. Esto implica la detección proactiva de CVEs, la evaluación de criticidad en función del impacto operativo y la programación de parches durante ventanas de mantenimiento. En muchos casos se está recurriendo a parches virtuales en firewalls cuando la actualización directa no es viable.

Copias de seguridad resilientes

La aplicación de la regla 3-2-1 se ha convertido en estándar: tres copias de seguridad, en dos medios distintos, una de ellas fuera del sitio y con protección contra escritura. Además, se están utilizando soluciones de backup inmutables que impiden el cifrado o borrado malicioso por parte de atacantes que logren acceso a las credenciales de backup.

Detección temprana e inteligencia de amenazas

Muchas empresas del sector están integrando soluciones SIEM (Security Information and Event Management) y XDR (Endpoint Detection and Response), que permiten correlacionar eventos, detectar patrones de comportamiento anómalos y activar respuestas automáticas. La participación en grupos sectoriales como el Food-ISAC está ayudando a compartir indicadores de compromiso y amenazas emergentes.

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Respuesta ante incidentes y simulacros

Los planes de respuesta a incidentes (IRP) están siendo revisados y formalizados. Estos planes definen los pasos a seguir ante una intrusión, incluyendo responsables, procesos de comunicación interna y externa, coordinación con autoridades y procedimientos de restauración.

El caso JBS fue un punto de inflexión para el sector alimentario. Reveló que incluso las empresas más grandes y con presencia internacional pueden ser extremadamente vulnerables si no cuentan con estrategias de ciberseguridad adecuadas. El ransomware ha dejado de ser un problema meramente informático: es una amenaza a la continuidad operativa, la seguridad alimentaria y la economía global.

Para contrarrestar esta amenaza, se requiere una transformación profunda en la cultura organizacional de ciberseguridad en el sector. No se trata solo de tecnología, sino de procesos, formación, monitorización constante y cooperación internacional. En este nuevo escenario, la anticipación es la mejor defensa, y la resiliencia digital se convierte en un activo estratégico.